Las plantillas terapéuticas se caracterizan porque su
finalidad es la de corregir y dar solución a los problemas de los pies. Además
de las talalgias y metatarsalgias, los problemas más importantes se describen a
continuación:
Alineamiento del
pie:
El pie plano destaca porque el arco del pie se encuentra
anormalmente bajo. En ocasiones, el pie plano va acompañado de una excesiva
rotación del pie con respecto al tobillo que hace que este se incline hacia
adentro (pie plano valgo) lo que, a largo plazo y asociado a otros factores de
riesgo como permanecer durante muchas horas de pie, puede provocar otro
problema añadido, la fascitis plantar. Por eso, en las personas con el pie
plano, las plantillas se colocan para elevar el arco y corregir el alineamiento
del pie respecto al tobillo. Las plantillas se diseñan con mayor espesor en la
parte interna del pie y menor espesor en la externa, a fin de corregir la excesiva
inclinación (pronación).
El pie cavo se caracteriza por lo opuesto: el arco del pie
es muy alto y, en general, va acompañado de una excesiva rotación del pie con
respecto al tobillo que hace que el pie se incline hacia afuera (pie cavo
varo). De ahí que las plantillas se diseñen al revés que en el pie plano,
elevando la zona externa del pie, en lugar de la interna, para alinear el
tobillo, y que se ajuste la anatomía de la plantilla a la altura del arco para
que la pisada sea normal. De esta forma, se consigue que el arco tenga un
soporte para el peso y que descanse sobre este.
La utilización de estas plantillas no corrige la anatomía
del pie plano ni del pie cavo, pero sí evita los problemas derivados de estas
formas del pie. Así, el pie plano se apoya más sobre la parte interna y el dedo
gordo, donde se forman los juanetes (Hallux valgus), por lo que este tipo de
pie tiende a acentuar los juanetes y las durezas en su parte interna. En cambio,
en el pie cavo las durezas aparecen en la parte externa y el dedo pequeño del
pie.
Respecto a los problemas de alineamiento del pie, se debe
tener especial cuidado con los niños, un grupo especialmente sensible. Hay que
tener en cuenta que los niños nacen con abundante tejido blando en los pies y
con los pies planos. A medida que crecen, el tejido graso se va perdiendo y se
forma el arco. A partir de los tres o cuatro años pueden empezar a manifestarse
los problemas de los pies, pero no es hasta los cinco o siete años cuando se
puede obtener un diagnóstico claro. Una vez que se sospecha que un niño tiene
un problema en los pies, es aconsejable que el podólogo le haga una revisión
por año, sobre todo en los primeros años, cuando el pie crece más deprisa (a partir
de los catorce o quince se ralentiza el crecimiento), puesto que si la
plantilla se les queda pequeña, quedaría mal colocada para la forma anatómica
del pie que tiene que compensar.
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